El parque de Vigeland
Esculturas "nudistas"
No encontrarás falsa belleza
La desnudez en el arte es una constante, no así el nudismo
En Oslo, la capital de Noruega, en el interior del parque público más grande de la ciudad hay una joya escondida llamada parque de Vigeland en honor al autor de los cientos de esculturas que allí se pueden ver.
La mayoría son esculturas de desnudos, pero no los desnudos clásicos que estamos acostumbrados a ver sino algo mucho más cercano y humano.
Si tuviera que clasificarlo de alguna forma es de arte nudista en el sentido de que se trata de personas normales viviendo su vida en desnudez tal y como nos gusta a nosotros, con todos sus momentos, tanto los buenos como los malos.
Los personajes "viven" en absoluta libertad
Sin excepción, las tallas –realizadas solo en dos materiales, piedra y bronce– representan a figuras humanas en diferentes estados de ánimo y momentos de la existencia. Los personajes están desnudos, “viven” en absoluta libertad, pero lo mismo pueden estar encarando la vejez con una mirada perdida, en plena pelea matrimonial, jugando con los hijos en un momento de gran disfrute que corriendo sobre la hierba con las trenzas al viento.
Durante 20 años, Gustav Vigeland (1869-1943) trabajó en una exposición al aire libre en el patio de su casa y estudio en Frogner, un barrio de Oslo. Finalmente, se convirtió en un parque de esculturas, con 212 esculturas de granito y bronce.
Gustav Vigeland
Nació y creció en Mandal, al sur de Noruega. De niño, sintió fascinación por la religión, las cuestiones espirituales, por dibujar y esculpir.
Esta combinación marcó el resto de su vida. Sus padres le mandaron a Oslo para que aprendiera un oficio (grabado de madera) en la escuela técnica. Consiguió una beca estatal que utilizó para viajar por Europa. Pasando por Copenhague, Berlín y Florencia, consiguió llegar a París, donde trabajó en el estudio de Auguste Rodin. Ya de vuelta en Oslo, siguió trabajando para convertirse en el escultor más conocido y productivo que Noruega jamás haya tenido.
En 1921 el consistorio de Oslo decidió demoler el viejo edificio donde se encontraba el estudio del escultor para construir una biblioteca. Se llegó al siguiente acuerdo: el consistorio construiría un nuevo edificio destinado a estudio y vivienda del escultor, que debería ser transformado en museo después de su muerte y, a cambio, el artista se comprometía a donar a la ciudad todo su trabajo, esculturas, diseños, bajorrelieves, incluyendo los modelos.
Se trasladó al nuevo estudio en Kirkeveien en 1924, a poca distancia del Parque Frogner, que había sido elegido para la instalación definitiva de la fuente. En los sucesivos veinte años se dedicó al proyecto, realización e instalación del área destinada a la exposición permanente de sus esculturas, que posteriormente tomó el nombre de Parque de Vigeland.
En la casa de Kirkeveien, vivió y trabajó hasta su muerte en 1943. Allí reposan sus cenizas, conservadas en la torre.
Para acceder al recinto del artista Vigeland, deberemos atravesar unas increíbles puertas de hierro negro forjado combinado con algunos muros de granito. En total hay cinco pares de puertas que se construyeron en 1926 y cada una con singulares y bellos detalles de hierro. Su parte superior tampoco tiene desperdicio, ya que todas ellas simulan que acaban con grandes farolas a modo de candelabros.
Al principio fue una fuente
El encargo original era el de una fuente para el parque, consiguió encargarse también del diseño del parque y fue añadiendo esculturas.
Se podría decir que se le fue un poco la mano ya que al final el parque alberga más de doscientas de sus obras.
La considerada más espectacular de todas es el Monolito, una columna de 14 metros situada en el punto más elevado del parque y para la cual 3 picapedreros dedicaron 14 años de trabajo diario. Hecha a partir de un único bloque de granito macizo, parece como si las 121 figuras de la escultura treparan las unas encima de las otras para alcanzar el cielo.
Sin embargo la más famosa es una estatua conocida como Sinnataggen, que representa a un niño pequeño en plena rabieta, llorando y pataleando. Esta figura es tan mítica que se ha proclamado como el símbolo de Oslo, apareciendo en postales, libros y souvenirs.