Visitamos en primer lugar el Monte Igueldo, como buenos turistas tomamos el funicular, un viejo funicular con muchísimos años de historia, todo de madera, haciendo que comenzásemos un viaje al pasado.
Estaba perpretando una seríe de párrafos en los cuales intentaba, sin ningún éxito, reflejar lo que uno siente en ese viaje al pasado que es visitar el pequeño parque de atracciones del Monte Igueldo, como uno es torpe en esto de juntar letras, sólo decir que la visita merece la pena.
Luego nos fuimos al Kutxa Espacio de la Ciencia de Donostia, donde, además de los módulos que ya conocía de otras veces nos encontramos que los monitores del museo realizaban experimentos científicos sencillos allí mismo, para la gente que en ese momento estuviera visitando el museo, cosa que me pareció realmente genial, una gran idea.
Una cosa que me he dado cuenta en los museos de la ciencia es que la gente no se lee las explicaciones, va directamente a tocar sin saber lo que hace y cuando no ven nada debido a que no saben lo que tienen que ver, se sienten decepcionados, el poner monitores que les explique a la gente los experimentos me ha parecido muy bien.
Probamos unos segway y si, tienen razón, el manejo es muy sencillo y podría haber sido un juguete -y un medio de transporte- muy interesante si su precio no fuese tan elevadísimo y no hubiera estado su consideración legal tan en el limbo hasta hace unos días.
Luego, allí cerca nos fuimos al restaurante Arbelaitz, con una buena fama de tener una cocina innovadora y la verdad es que nos sorprendió muy gratamente (la foto es de una copa de vino de la comida), degustamos varios de sus platos en los que sería muy difícil elegir uno destacable ya que todos lo son, pero me arriesgaré a destacar la sopa de tomate con mouse de queso del roncal, no por que fuese mejor, sino por que una "simple" sopa de tomate aquí se eleva a pura poesía para el paladar.
Continuamos visitando el museo, tocando todo lo que podíamos y maravillandonos de las cosas que hay en la naturaleza, pero desgraciadamente el día se acabó y nos tuvimos que despedir hasta otro año que bajemos a Almería o ellos suban por el norte.
La verdad es que el museo está muy bien, es muy interactivo, sin embargo le fallan algunas cosas como es el mantenimiento de los módulos debido al "ejemplar" comportamiento de algunos visitantes que no dudan en romper lo que pueden en el menor tiempo posible, haría falta más monitores que explicasen de viva voz que es lo que hacen los experimentos y quitaría los módulos informáticos por otros mucho más simples (y sólidos), queda feo cuando se rompen, cuando aparece el dichoso pantallazo azul o cuando deja de funcionar las teclas por los golpes recibidos, o sea, y en mi nada experta opinión, menos alta tecnología y más ciencia básica.