Uno ya es perro viejo con esto del bricolage y sabe que el mundo real no es como lo pintan en bricomanía o en Mc Giver, donde todo encaja perfectamente, donde no hay tornillos oxidados, donde siempre hay una herramienta a mano (aunque sea algo exótica) y jamás, jamás, jamás, jamás los tornillos, los destornilladores o lo que sea van a parar detrás del armario más cercano y, a la vez, el más pesado.
Así que uno lee en la caja eso de "una hora" y aplica métodos de ingeniería informática para calcular aproximadamente el tiempo necesario para el montaje del susodicho producto, o sea, lo que hacen los informáticos cuando les cae un marrón.
El método es sencillo, imaginemos, como en este caso, que se podría, si todos los dioses del universo te ayudan y no se dedican a esconderte los tornillos, las piezas o provocar un corte de luz generalizado, hacer el trabajo en una hora. Bien una vez tenemos dicha cifra la multiplicaremos por tres con lo que ya tenemos tres horas y ahora lo elevamos al siguiente orden de magnitud temporal, o sea, tres días.
Aunque parezca mentira, el método funciona con una precisión casi mágica y desde hace años lo aplico en el trabajo con un éxito rotundo aunque, a veces, los dioses se te alían o, mejor aun, no te putean y todo sale en la primera unidad temporal, con lo que, para evitar que jefes o superiores lo tomen como paradigma uno debe retrasar la entrega del trabajo aunque sea a la mitad prevista, pero nunca una vez terminado.
Quizá alguno se pregunte que que tal el montaje, pues mira, en el club de la comedia hay un grupo de personas que cuentan hilarantes historias sobre el tema y yo no tengo la gracia de esos profesionales y el anecdotario no sería ni siquiera interesante.
Al final uno queda satisfecho, prepara el paquete de basura para bajarla a los contenedores, se encuentra con "una hora" y no puedo evitar esbozar una sonrisa.