Al final, como aprendiz de hacker, logré eliminar esa protección y liberar el nucleo central de la plancha, era una conexión en mal estado que ya está reparada, lo he cerrado y le he puesto un tornillo que cumple con los estandares y me tendré que poner a planchar, en lugar de mandarlo a un servicio técnico que me cobraría un ojo de la cara por el arreglo (si es que me lo arreglan, que no lo tendría muy claro) y me tendría días, o quizá semanas, sin poder terminar mi trabajo doméstico, con la ropa arrugada.
Hoy en día resulta difícil adquirir un producto que no sea casi imposible de abrir para poder repararlo; una batidora, un video, un motor de un choche, un DVD, móviles esclavos, el software de un ordenador... y digo yo ¿si el producto es mio y yo lo he comprado, por que c*j*n*s no puedo abrirlo para repararlo, modificarlo o hacerme un gorro con el?
Con todos estos pensamientos, mientras planchaba (y no es broma, la anécdota es totalmente cierta) me he acordado de un cuento que creo que era de Dyck, ya sabeis, ese escritor cuya obra dió pie a Minority Report, Blade Runer, Desafio Total o Asesinos Cibernéticos (esta última bastante malona), que contaba más o menos, ya que no he encontrado el libro y ya son unos añitos cuando lo leí, en el que contaban que un buhonero de principios del siglo pasado es llevado a un futuro.
Allí se encuentra con un mundo donde los productos eran de código cerrado, no utilizaba este térnimo, pero, desgraciadamente, hoy en día es lo que mejor describe ese infierno. Si algo se estropeaba se tiraba a la basura sin más, no había forma de repararlo, incluso cosas muy importantes o demasiado importantes.
Nuestro heroe, aun no teniendo conocimientos tan complejos como la de las máquinas que allí existían, si entendía los principios básicos de estas y lograba repararlas, principios básicos de matemáticas, física, mecánica, química... ya sabeis, esas tonterías inútiles que se enseñan en las escuelas mientras nos guardan los hijos en el horario laboral...
En este mundo la gente consumía los productos sin saber que es lo que eran, para los consumidores era pura mágia.
La verdad es que no me acuerdo de mucho más del hilo argumental del cuento, seguro que era bueno, lo que si recuerdo es que al final el protagonista andaba liado con una tontería para un voto electrónico que permitiese una democrácia más directa por parte de los ciudadanos.
¿Ciencia ficción? al mirar mi plancha recien crackeada me da la sensación de que no.